La Atlántida no sólo es un continente mítico y hundido sino el título de una cantata escénica para solistas, coro y orquesta, que Manuel de Falla dejó inacabada y Ernesto Halffter intentó completar; el texto, en catalán, parte de fragmentos del célebre poema épico del mismo título, obra de Jacinto Verdaguer. A Falla le atraían desde niño aquellos versos que resumían sus inquietudes místicas, filosóficas y humanistas.
En el largo proceso creativo, que prosiguió incluso durante su auto exilio en Alta Gracia, en Argentina, figura una fecha emblemática, la del 5 de diciembre de 1930, cuando vuelve para dirigir un concierto en el teatro que hoy lleva su nombre en la capital gaditana. En los días posteriores, junto a su amigo el escritor José María Pemán, se anima a visitar la isla de Sancti Petri a la que la leyenda atribuye la existencia del templo de Melkart o el Hércules, del reino de Tartesos y las puertas de aquel continente mítico del que hablara Platón.
El 12 de diciembre de 1930, emprenden la aventura junto con otros amigos, a pesar de que el prestigioso arqueólogo alemán Adolf Schulten no había encontrado prueba alguna de que todo ello fuera cierto. Falla, según Pemán, se limitó a comentar: “es lamentable que la arqueología resulte tan irrespetuosa con Platón. Pero no importa. En este duelo vence siempre, en definitiva, la verdad poética”.
“¿A qué íbamos al islote de Sancti Petri? Creo que es fácil de adivinar: íbamos en busca del templo de Hércules… Falla quería pisar el sitio donde estuviera el famoso templo dedicado al héroe de su futuro poema”, escribió Pemán.
Lograron visitar el antiguo fuerte de Sancti Petri, el castillo, y el islote en donde se encuentra, e incluso encontraron un trozo de cerámica que luego el botero, que contaba con rudimentos de arqueología, les explicó que tal vez pudiera tratarse de algún resto fragmentario de urna cineraria del templo de Hércules: “Y el enigmático trozo antiguo, le hace locuaz como a don Quijote el puñado de bellotas. Nos habla con amor y entusiasmo de su obra futura: la entrada de Hércules, el incendio de los Pirineos, el canto a Barcelona, la canción de las siete pléyades; Hércules, vencedor, corriendo hacia España con la rama cimera del naranjo de oro; la ruptura del Estrecho de Gibraltar. Y luego, los atlantes, formando una torre humana para escalar el cielo. Y cuando ya rozan las alturas, se oye la voz de Dios. Falla se estremece al decirlo. Y la voz de Dios -continúa Falla- inicia la magna estrofa verdegueriana: Atlantes: perecer debéis… Falla hace una pausa. Se oye el rumor del mar. Luego termina con sencillez emocionante: -Esta parte quisiera yo que el coro la cantara de rodillas…”, recordaría Pemán.
“Prefiero el rumor de las olas mansas de la playa, no el de las rompientes de las escolleras y murallas. Este último es el diálogo del mar con las piedras; el primero, en cambio, es el monólogo del mar solitario que empezó con el mundo y terminará con él…”, eso decía Falla que lo buscó y lo encontró en Sancti Petri, según apuntara Tamara García, 90 años después de aquel viaje, en las ya amarillentas páginas del Diario de Cádiz.